Poder. Esa palabra de cinco letras que representa lo mejor y lo peor, por desgracia muchas más veces representa lo segundo, que el ser humano es capaz de hacer tanto para alcanzarlo como haciendo uso de él.
Responsabilidad, consciencia y dignidad deberían ser las tres cualidades que marcaran quién y cómo debe utilizar el poder, pero lamentablemente nunca en la historia de la humanidad se ha conseguido llevar a cabo un sistema que asegure esto. Es cierto que ha habido reyes, presidentes, e incluso jefes de tribus, que a lo largo de los tiempos han hecho del liderazgo algo memorable pero no es menos cierto asegurar que estos casos han sido los menos comparados a los que no lo han sido.
Sin embargo, nosotros, que nos ha tocado vivir en esta época tan desarrollada para unas cosas y tan mejorable en otras (como todas, no vayan a pensar que somos muy especiales) tenemos el sistema menos malo para organizarnos, la democracia. No me entiendan mal, la democracia es un orgullo, el problema son los que la hacen aburrida y deprimente, es decir, los políticos.
Los políticos son, en términos propios, seres sedientos de poder que no dudaran en hacer todo lo que se tilde de ser ingrato, inmoral o desleal con sus semejantes para alcanzar el poder y, una vez alcanzado, usarlo a su antojo para perpetuarse en el sillón que tanto les ha costado ganarse.
La sentencia de los ERE no es más que la demostración de lo anteriormente descrito. El PSOE ha cometido el caso de corrupción más grande de Europa (puede llegar a alcanzar los 3600 millones de euros desviados) y al contrario del caso de las tramas Gurtel y Púnica (donde el PP fue el partido de la corrupción y hubo enriquecimiento del personal), en esta ocasión los socialistas condenados han usado el dinero para asegurar votos y apoyo de asociaciones, es decir, para perpetuarse en Andalucía donde a decir verdad han estado más de 30 años.
La corrupción es algo intrínseco en el ser político, siempre va a existir. No podemos creernos a los gurús que dicen que no va a pasar más y, lo más triste, es que hasta quienes defienden estos discursos en el fondo saben que no se puede controlar.
Lo importante es condenar estos casos y endurecer las consecuencias para que cuando se produzcan se actúe con la máxima efectividad posible. Lo que es una verdadera vergüenza es no condenar estos hechos y no asumir la responsabilidad que corresponde.
Que Pedro Sánchez no haya condenado los hechos personalmente debería llenar de inquietud a unos ciudadanos que no tenemos muy claro si, o bien no lo condena para no debilitar su futuro gobierno (lo cual es una vergüenza y demuestra la debilidad de este Gobierno Frankenstein), o bien no lo condena por miedo al aparato socialista de Andalucía, que es el bastión más fuerte del partido a nivel nacional (en gran parte por el dinero de los ERE).
Que Susana Díaz no presente su dimisión irrevocable cuando ha sido parte de la Junta de Andalucía, al igual que la ministra María Jesús Montero, es únicamente impresionante y provoca hasta malestar entre los andaluces, que han tenido que vivir en la comunidad autónoma con peor sanidad y con más paro durante una crisis global.
El PSOE, al igual que el PP, han traicionado la confianza de sus votantes, a quién representan y se deben. Pero que el presidente del gobierno no condene esta vergüenza nacional (porque aparte de comprar votos, se han gastado el dinero público en puticlubs) y se planteé controlar nuestro dinero durante 4 años solo evidencia que, pase lo que pase, quienes acabamos siempre pagando somos los ciudadanos y nos estamos empezando a cansar.